viernes, 23 de mayo de 2008

Principio de incertidumbre

La delgada y dulce Kithara apenas había empujado la puerta cuando se descubrió sorprendida por una imagen tridimensional que tardó en reconocer. “No todo tiempo pasado fue mejor…”. Éste fue el mensaje que pronunció el avatar del padre de McYourself, justo después de que ella entrara en el despacho. Al percatarse de que era tan sólo una antigua reproducción holográfica del fundador de Ensimisma, continuó sin titubear en la búsqueda de aquellos archivos secretos, que aún permanecían encriptados. Kithara Compendium era perfecta para este tipo de tareas, era rápida, silenciosa y si querías saber algo debías contactarla a ella porque contaba con los medios más efectivos para la consulta de información.

Ensimisma es un gran edificio que alberga casi la totalidad del conocimiento del que dispone la humanidad. Gracias a esto las personas comunes ya no tienen que estudiar tanta información inútil como antaño. Ahora acceden a los datos mediante un dispositivo muy sencillo y de fácil manejo llamado Passover, que fue creado por Sir Arthur, un hombre de negocios e inventor cibernético. Passover es una pequeña esfera que se puede manipular con una sola mano y hace las veces de control para la visualización y manejo de la interface que se conecta a Ensimisma. El acceso es instantáneo y automático y se realiza mediante una compleja red de comunicaciones que permite interactuar con los datos que están guardados y centralizados en el viejo edificio. Cada cerebro humano, cada persona recibe un implante al nacer que le proporciona un nexo con Ensimisma y, a través de ella, con todo el conocimiento del mundo. Este ambicioso sistema fue implementado a través de una política mundial aprobada por todas las naciones, desarrolladas y no desarrolladas, en el año 2025 bajo el eslogan: “Ahora, todo se sabe”.

La bellísima Kithara tardó sólo unos segundos en encontrar lo que buscaba. Los archivos estaban ahora en su poder y esto le permitiría poner la información al alcance de cualquiera. Si esto sucediera iba a suponer un cambio sustancial en la sociedad. Kithara sabía que no debía ser descubierta en el despacho y se dispuso a retirarse inmediatamente, pero cuando ya iba a abandonar el lugar la imagen de Sir Arthur se pronunció de nuevo: “Todo tiempo pasado fue mejor…”. Estuvo a punto de cerrar la puerta tras de sí pero el avatar continuó diciendo: “Esos archivos no deben salir de aquí”. Khitara se detuvo de golpe, aturdida y muy confusa. La voz era muy amable, muy segura, muy contundente. Revisó rápidamente el sistema y no encontró aviso de pérdida de información, ni señal de alarma de ningún cortafuego… sabía que no la habían descubierto.

El holograma continuó con su misiva y ahora era más claro. Era eso, sólo eso, un mensaje. “Por el tiempo que has mantenido la puerta abierta con los archivos en tu mano, puedo saber que no te has ido y que quieres escucharme”. Kithara lo sabía todo o mejor dicho casi todo, estaba claro, y escuchaba atenta pero todavía no quería cerrar la puerta. Sir Arthur continuó… “Anda, cierra la puerta y devuelve esos archivos a su sitio”. Kithara no podía dar fe a lo que escuchaba y no podía creer que una máquina tan antigua, como era ese holograma, lograra mantenerla impasible y cautiva en el umbral de la puerta, sin moverse. “… Anda confía en mí, estoy seguro de que querrás quedarte y escuchar lo que tengo que decirte”, pronunció muy seguro el holograma. Kithara, vacilante, cerró la puerta y se sentó en aquella silla que estaba justo en frente de la imagen de Sir Arthur, no sin antes revisar el sistema de alarmas nuevamente y los mensajes en clave del edificio y la ciudad. “Maravilloso, ahora estamos progresando. Como puedes ver, soy el avatar de Sir Arthur y estoy seguro de no conocerte, pues si estás escuchando mi imagen, ya he dejado este mundo físico y sólo permanecen mis creaciones, creaciones como ésta”. Mientras Kithara buscaba toda forma irregular de comunicación en el sistema, para no ser descubierta sin autorización en el despacho del propio hijo de Sir Arthur, el misterioso mensajero continuaba diciendo: “Sin embargo, no soy descortés y los buenos modales no son asunto que deba pasar de moda, ¿cuál es tu nombre?”. Kithara se quedó en silencio pensando en qué clase de sistema era ese y si debía pronunciarlo. “Anda chiquilla dame tu nombre, no temas, confía en mí”.

Se revolvió en su silla, sin saber cómo había averiguado que era una mujer pero de inmediato lo descubrió. El peso de su cuerpo y su contextura le permitían detectarlo mientras estuviera sentada en esa silla. “Dime cómo te llamas, no seas descortés, dame esperanzas de que el mundo ahora es mejor y la gente se entiende y resuelve sus diferencias conversando civilizadamente”. Kithara se sintió motivada a pronunciar su nombre y dijo: “Soy Kithara, mucho gusto Sir Arthur”. “Muy bien Kithara, encantado de conocerte y ahora que ya sabemos quienes somos, para poder seguir hablando, debo pedirte un favor. Quiero que dejes esos archivos que tienes en tu mano justo donde estaban”, dijo Sir Arthur con voz serena y cortés, pero demandante y rotunda. Kithara contestó: “Lo siento mucho Señor, pero estos archivos han sido solicitados por un usuario de la red y aunque Ensimisma desconocía su presencia no puedo negarme a entregárselos. Éste es mi trabajo y la razón de mi existencia”. El mensajero holográfico de Sir Artur dijo en tono muy suave y compasivo “…para continuar nuestra conversación y escuchar lo que tengo que decirte debes dejar los archivos en su sitio. Te invito amablemente a ponerlos allí y a que me escuches con atención”.

Khitara revisó el sistema por completo una vez más y ahora estaba segura, sabía que esta disertación era el protocolo correcto, que debía mantener el diálogo abierto con él… pero sentía que estaba tardando mucho en dar respuesta a su cliente y que su prestigio como la mejor y más rápida estaba ahora en entredicho. El comprador le había advertido lo difícil que podría llegar a ser el trabajo pero nunca imaginó que se enfrentaría a una situación tan absurda como ésta. Se percibía a sí misma como la mujer más eficaz en la búsqueda, codificación y administración de información. Había trabajado toda su vida para Ensimisma y no podía concebir que una artimaña antigua y caduca de un viejo loco, la dejara sin los archivos que tenía en las manos. Por otro lado, quería saber qué deseaba contarle este paradójico mensajero…

Kithara se levantó de la silla, colocó cuidadosamente los archivos en su lugar y regresó, pero se quedó de pie junto a la silla. Sir Arthur dijo alegremente: “Eres fantástica, todos los demás que han intentado llevarse esta información se han resistido a devolverla durante mucho más tiempo que tú y no me han permitido continuar con la conversación. Te ruego que te sientes de nuevo y escuches, pero antes que nada quiero agradecer tu amabilidad y disposición al diálogo”. Kithara se sentó y repuso: “Espero que lo que tenga que contarme sea tan importante como lo es para usted el secreto de esa información. De lo contrario me iré sin más y con sus archivos en mi poder”. “Espero no defraudarte” dijo el mensajero y prosiguió.

“Soy el avatar de Sir Arthur y he estado aquí desde hace mucho tiempo, en este espacio, resguardando el secreto de estos archivos. He sido diseñado cuidadosamente para no perder el legado vital de la existencia humana, la capacidad de sorpresa, la necesidad de conocimiento, el manejo de la incertidumbre, el diálogo, la conversación, el intercambio y muchas otras cosas que Ensimisma no proporciona. Represento el deseo inalcanzable de los hombres, aquello que escapa a su conocimiento y mantiene la incertidumbre del destino, aquello que aviva la esperanza… tú, no eres más que una herramienta de los hombres para encontrarme, para discutir conmigo, para persuadirme e intentar develar el secreto, lo prohibido, lo inaccesible. Siento mucho que descubras tu verdadera función en el sistema. Eres una réplica mejorada de las ya viejas y caducadas herramientas de codificación, administración y búsqueda de datos. Siento mucho no poder entregarte exactamente lo que buscas. Talvez te conformes con saber que no eres humana, que no eres aquello que creías, que has sido engañada por tus creadores para tratar de encontrar y acceder a la información de Ensimisma sin prejuicios… y, sin embargo, lo has hecho mucho mejor que otros… otros que no se han detenido en su intento de saberlo todo. Gracias por tu tiempo, por tu presencia y por sentarte a conversar conmigo hasta que decidas irte”.

Mientras la creación de Sir Arthur continuaba su discurso, Kithara intentó levantarse pero su voluntad estaba rota, su destino condicionado y su existencia perdida en un sinsentido. Quiso hablar pero no pudo. No había palabra que saliera de su boca. Trató de recobrar toda la información que había pasado por ella y se sumergió en el sistema en un último gesto por retomar el control, pero ya no encontró referencia alguna de sí misma. Se quedó allí sentada sobre la silla, inmóvil, con la vista al frente como escuchando, como viendo pero perdida y desapercibida. Sus ojos sin brillo y su cuerpo estático sufrieron un espasmo, luego otro, otro más y un corto e intenso instante de luz. Sir Arthur se quedó en silencio de inmediato.

Para Ensimisma, Kithara Compendium había desaparecido del sistema 11 minutos antes... no era un error. Ensimisma sabía exactamente dónde estaba y, al mismo tiempo, a qué velocidad se movía cada uno de sus individuos. Kithara se convirtió en una distorsión para el sistema. ¿Dónde está algo que desaparece? en el único lugar en donde el sistema no tiene control. En el fondo no hay posibilidad de encontrarla, su posición está indeterminada. Ella es indeterminación.

domingo, 20 de abril de 2008

Esto si es una pipa


Un destello, un estallido, un golpe y estoy de nuevo en ese lugar al otro lado. Lejos de mi, fuera y dentro de todo… como si estuviera en mi propia mente, me reflejo en mis pensamientos y me dispongo al espacio que me rodea. Ahora no se donde estoy ni donde comienzan y terminan las cosas. Lentamente visualizo mis manos, el fondo no existe todavía, enfoco pero no percibo el entorno.

Es un espacio vacío, pero se que algo me contiene, estoy seguro aunque nada se ve, es una sensación. El lugar está delimitado por paredes y algunos objetos que voy reconociendo con mis manos, pero todavía no veo nada hacia el fondo, solo mis manos que recorren las cosas que toco. ¡Ahh! esto es una mesa estoy seguro, es pesada, no puedo moverla, está suave y fría, debe de ser de metal ¿o tiene un vidrio?… la recorro buscando una silla. Debe estar cerca, necesito sentarme y esperar… no encuentro nada ¿por qué? … me alejo de la mesa pero con miedo, a tientas, no tengo referencia, nada más mis manos. No escucho nada, ¡este maldito silencio!… retrocedo encuentro de nuevo la mesa, la golpeo con los nudillos pero suave, no vaya ser que la rompa. Suena un eco corto y seco, es un espacio amplio, de eso estoy seguro… tampoco debe haber muchas cosas pues no tendría este eco sordo. Definitivamente no me gusta el estado de incertidumbre que me provoca el viajar de esta forma.

La sustancia que me inyectaron está siendo asimilada por mi cuerpo, lo denuncia este sabor amargo y pastoso en mi boca. Poco a poco se me va haciendo visible lo que me rodea. ¡Si, es una mesa! Y tengo traje. La ventana está a mi lado derecho, hay unos documentos en la mesa, parece un salón, un gran salón de esos donde hacen juntas de negocios. Comienzo a escuchar con nitidez. Viene gente… ¡vamos!, manos a la obra. La puerta es grande de dos alas y está a mi lado izquierdo. Estoy a un extremo de la mesa y la silla principal está al frente, en el otro extremo. Sobre ella en la pared un gran cuadro, una pintura de un hombre mayor, con muy buena presencia… me acercaré.

¿Puedes verlo? Es una pintura al óleo, es un retrato de un hombre ya entrado en años, de unos 70, 75, muy bien vestido. Está sentado en un sillón con un perrito de esos de compañía, de lo más ridículo, echado sobre un cojín de terciopelo rojo con acabados en oro. El señor tiene un gran bigote, ojos profundos, un traje esmoquin y una pipa en su mano derecha encendida… escucho pasos de personas que se acercan es mejor que lo hagamos ahora, ya veré los documentos en cuanto pueda.

Es mejor que transfieran los datos, de inmediato, a mi cerebro. Inicien la transformación de mi interface e ingresen el registro multimedia necesario para expresión externa. Quedan pocos segundos… 5, 4, 3, 2, 1… ¡Argghhh! maldito dolor. ¡Ah, ah ah!

OK, el sistema está cargado. La tengo en mi mano… esto si es una pipa, huelo el tabaco, aspiro y exalo mientras van entrando mis nuevos... ¡ahora socios!
Simulación terminada exitosamente… ejem, ejem, ¡ejem!

¡Bienvenidos! … Señores, hoy es un día muy especial.

¡Me matas!


Estaba como todas las noches, desde hace casi tres años, en ese estado de contemplación que roza la adoración, absorto, mirándola dormir plácidamente. Ella no había podido hacerlo de esa manera, ninguna de esas largas noches después de su muerte.

Él recordaba aquel trágico día y no podía creer que todo, por fin, hubiera terminado. Eran treinta y cinco meses en los que él le había acompañado en su insomnio, su angustia, sus ganas de morirse. Viendo como día a día su cabello perdía el brillo y color natural, sus ojos la alegría y con ellos la expresión de su rostro. Se demoró una semana en distinguir si la pérdida de atractivo en su cuerpo se debía a las ropas mal combinadas, cosa que ella jamás se hubiera permitido, o a la falta de intención en su caminar. En fin, era tal su descuido y falta de amor propios que pronto supo que no podría irse y dejarla sola. Además no quería alejarse de ella, jamás lo hubiera hecho.

Ella por fin dormía boca abajo y producía ese ruidito encantador entre suspiro y ronroneo. Cuando vivían juntos el prefería alcanzar el sueño después de ella para poder disfrutar de estos placeres. Esa era la señal que él esperaba, verla descansar en paz y soñando hasta la madrugada.

A la mañana, cuando el azul del cielo reemplazaba la oscuridad y los pájaros recordaban la alegría que produce la entrada de luz por la ventana, se levantó de la mecedora sin hacer mucho ruido y se retiró por el caminito que cruza el jardín. Ella sintió como se iba deteniendo la mecedora y despertó. Abrió los ojos y los rayos del sol iluminaron su rostro. Sus ojos brillantes se detuvieron sobre la silla que aún se mecía y buscaron rápidamente la ventana. Se acercó a ella tan rápido como pudo y alcanzó a verle alejándose por aquel jardín que le había acompañado durante todos estos años de luto. Estaba ante el portal, bien vestido y listo para irse. La miraba con la alegría de siempre y silbaba ese tono con el que se despedía y avisaba de su llegada. Era la primera vez en todos estos años que lo veía, a pesar de que siempre lo sentía cerca. El jardín estaba magnífico y las flores, los pájaros y él estaban de muerte.

Lo vio partir por última vez, para siempre, calle arriba. Ella sonrío como hace años no lo hacía y supo que todo estaría bien.

Yo sabía que ahora estaríamos juntos y eso era justo lo que había planeado, no podía fallar. Cuando la conocí por medio de Cristóbal, su esposo, no pude dejar de pensar en ella y todo lo que he hecho desde entonces es para tenerla a mi lado. Cristóbal era mi compañero de trabajo y amigo, pero eso no podía ser impedimento para tener lo que siempre había querido. Julia es la mujer más inteligente y hermosa que conozco. Así que me propuse deshacerme de él y aprovechar mi cercanía en la familia para entrar en su vida.

Todo fue fácil. Como trabajábamos juntos en una empresa de vigilancia instalé cámaras por toda su casa e intervine los teléfonos. Controlaba casi todos los frentes y sabía qué hacían y qué no. Pero la muerte de Cristóbal no podía asociarse conmigo, por lo que decidí que lo mejor era envenenarlo. El tiempo no era problema, podía ser poco a poco. La paciencia es el fuerte de cualquier vigilante.

Durante seis meses estuve suministrando diariamente en la comida al buen Cristóbal cicuta por perejil. Su muerte fue lenta y tortuosa. Primero perdió la movilidad en sus extremidades inferiores hacia las superiores, deteriorando sus músculos hasta llegar a su corazón y a sus pulmones y un día, por fin, entre convulsiones murió por asfixia. Todos pensaron que era por su depresión de los últimos meses, combinada con las largas jornadas de guardia nocturnas en el trabajo. Todo salió perfectamente, pero ella se deterioró con él y su muerte la sumergió en un estado de desolación y tristeza, que me partió el corazón. No pude hacer más que continuar con mi plan, consolarla y cuidar de ella, pero él seguía aquí y ella no mejoraba. Ya no era ni la sombra de aquella mujer de la que me había enamorado. Decidí recuperarla en todos los sentidos.

En eso he trabajado durante los últimos años, día a día y noche tras noche la he acompañado. Ahora que veo que ella sonríe, en la pantalla de este monitor, mientras mira por la ventana desde donde despide su pasado, sé que puedo tenerla. Después de apagar la pantalla y detener todo el sistema de vigilancia, bajo las escaleras de este cuarto oscuro y solitario, salgo del piso que está a dos cuadras de su casa, camino hacia su calle, paso bajo la sombra del manzano de Julia -ese que con tanto esmero ha cuidado desde la muerte de Cristóbal-, recorro el caminito hacia su casa como todas las mañanas de domingo, recojo una flor de su propio jardín y toco a su puerta dos veces.

Baja corriendo, la escucho desde el otro lado. Abre la puerta, su sonrisa lo inunda todo. Es el momento más feliz de mi vida, hoy todo es diferente. Casi sin decir nada, con sus ojos brillantes, entre besos y caricias me lleva de la mano hacia su alcoba. No sé si estaba más feliz por tenerla a mi lado o por saber que todo había salido como yo esperaba. Justos en ese momento sentí un calor muy intenso en mi pecho y ella me dijo al oído: “sólo tu puedes devolverme, lo que me has quitado” y luego tras un corto pero profundo silencio, un suave y sonoro “hijo de puta” susurrado al oido.

Mientras perdía el aliento de vida que me quedaba le dije: “¡Me matas!, siempre lo has hecho”.

Y así es que ahora Cristóbal y yo la miramos dormir plácidamente todas y cada una de las noches… ¡Absortos! contemplando la vida.

miércoles, 13 de febrero de 2008

En estos días extraños


Qué contar… ¿la realidad, las fantasías, los sueños, la verdad?
... Un viejo y querido amigo decía: “en la vida he sido muchas cosas: he sido realista, también comunista y socialista, hasta he sido existencialista y soñador. De todo ello lo único que realmente me ha servido para algo, en esta vida, ha sido eso último”. Hoy lo recuerdo mientras camino y recorro las calles de esta ciudad ajena, ensimismado pensando en aquella frase y me pierdo entre ideas, palabras y personas extrañas sin ser conocido o sentido y me pregunto… ¿cuáles son mis sueños?

Soy reportero gráfico de un periódico local y me dirijo al bar de siempre, el suelo está mojado y los brillos de las luces reflejadas en los adoquines me permiten perderme entre pensamientos. Me siento como atascado, inconforme, deforme, incomprendido…. Entro al local como un autómata extraviado entre sus propios textos e imágenes. Tropiezo con alguien al entrar… Mi padre siempre me decía ¡deja de ser tan elevado!… Me despierta un suave olor a rosas que se aleja corriendo tras ella bajo una leve llovizna que dibuja sus pasos que se pierden al voltear la esquina. Ya dentro del bar el ambiente está más templado. Veo rostros desconocidos sumergidos entre el humo de sus cigarros y el café, y pienso este sitio siempre me ha gustado, nunca vienen los mismos, todos están de paso: como las palabras de un texto de revista que se ojea en el metro. Miro alrededor. Las paredes y los objetos están cubiertos de imágenes fotográficas de los visitantes del lugar…. pero son imágenes sin marco, un encuadre se confunde y se funde en el otro, y en el centro de ellas, siempre… la mirada concentrada de quien descubre tarde una foto robada. Una decoración así es inimaginable, es auténtica. Cada día al entrar, me pregunto ¿cómo lo habrán hecho?, ¿cuánto habrá costado? Y que técnica habrán utilizado… Me siento en mi mesa junto a la ventana y ella se acerca sonriente y amable, como pocos en estos días extraños… me saluda con sus ojos mientras pasa con otro pedido – Simón ya te traigo tu cerveza – le devuelvo la sonrisa, el juego de ojos está planteado de nuevo y justo ahora recuerdo aquella maldita frase… ¿cuáles son mis sueños?

… Parece que de ellos regreso y me encuentro atrapado entre paredes visibles e invisibles, inventadas por mis vecinos, para canalizar el ir y venir de las gentes y los coches, dirigir su caminar mientras sueñan despiertos, andando… y por fin he llegado aquel bar imaginado. Me siento en la mesa de siempre, como todos los días, y aquella guapa mesera me trae la cerveza. Ahora puedo pensar tranquilo y sin distracciones, en el que contar… abro la libreta de apuntes, coloco suavemente la punta de mi lapiz en ella y escribo…

Simón es reportero gráfico de un periódico local camina entre pensamientos hacia su bar de siempre, el suelo está mojado y el brillo de las luces reflejadas en los adoquines, parece alimentar su imaginación entregandole imágenes abstractas llenas de contenidos, recuerdos e ideas. Se distrae más a cada paso, se ensimisma, se contrae en un rostro impenetrable. Caen las hojas, es otoño. Cambia de ritmo, mira al cielo, observa sus propios pasos. Choca con un puesto de mercado de la Rambla, pero continúa a pesar de que el dueño del local le indaga: y a ti ¿que te pasa? ¡tio!.... sin detenerse y percatarse de nada, levanta levemente la barbilla y olfatea en el aire el suave olor a rosas que, al ser derramadas en el suelo, son pisoteadas por la gente al pasar marcando los miles de pasos de los paseantes que le siguen. Luego entra en el bar, allí el ambiente es más acogedor. Se sumerge entre el humo de los cigarros y el café. Ahora se le nota a gusto, su rostro lo advierte, se ha desencogido, mira alrededor, no ve a nadie conocido pero… así es mejor, seguro.
El lugar es maravilloso, las paredes y los objetos están recubiertos de imágenes fotográficas de aquellos que han visitado el lugar. No se percibe claramente donde empiezan y terminan, se confunden y se funden una en la otra, y en el centro siempre la mirada ensimismada de quien mira perdido en sus pensamientos un punto fijo, en un infinito lleno de pensamientos.
Cada día al entrar se sienta en la misma mesa junto a la ventana y ella se acerca sonriente y amable, como pocos en estos días extraños… el le saluda con los ojos mientras escribe en su libreta ¡quién sabe que! … Sofía, la mesera le dice – Simón ya te traigo tu cerveza – el le devuelve la sonrisa, y continúa con sus textos mientras pasa página en aquella vieja libreta en la que apunta todo.

Ahora la cerveza está sobre la mesa y puede verse como las burbujas suben una tras de otra mientras desliza su lápiz capturando sus sueños que uno a uno se dibujan en forma de texto sobre el papel.

Sofía se acerca de nuevo con unas aceitunas y me sirve lo que queda en la botella. Es tan suave su mirada, es tan profunda su sonrisa que el saberla en tal proximidad me vuelve loco y me hace perder el ritmo de todo cuanto hago, escribir, pensar, soñar, y es mejor que ni intente pronunciar palabra. No vaya a ser que diga algo que no me pertenezca. Miro el vaso y justo ahora cae la última gota de cerveza en el, mezclándose y perdiéndose. Levanto la vista y veo dibujada en su rostro aquella sonrisa. Pero sus ojos están sobre el papel y lo que escribo. Y va cambiando el tono de su mirada y sus facciones se extrañan mientras profundizan en el texto. Muevo mi mano sobre la libreta para ocultar mis palabras, pero es tarde.

Sofía quiere ver lo que escribe, ha llevado aceitunas a la mesa y ha visto algo allí que no le deja moverse. Es su nombre combinado entre otras palabras y quiere saber la razón por la que ahora ella pertenece a los pensamientos de Simón. Están congelados, estáticos… no se pronuncia palabra, pero ella quiere leer y él tiene la mano sobre la mesa ocultando la realidad, las fantasías, los sueños, la verdad…

Para mi sorpresa Sofía coloca suavemente la botella vacía sobre la mesa, me mira a los ojos con dulzura mientras se sienta a mi lado. Pone su mano derecha sobre mi rostro, acerca el suyo y me da un beso cortito e intenso pero tierno. Luego, mirando fijamente a mis ojos, me pregunta en ese tono que no da posibilidad de evasivas - ¿Simón que escribes en esa libreta? -